Hay hoteles que gritan lujo y otros que lo susurran con clase. Casa 1810 Parque pertenece a esa segunda especie. Escondido en la calle del Codo —una de esas esquinas donde San Miguel de Allende parece tomarse un respiro entre galerías, adoquines y turistas en modo selfie— este hotel boutique no presume, seduce. No compite por tamaño ni por ornamento: apuesta por atmósfera, detalle y un servicio que no necesita anunciarse.

Desde fuera, su fachada blanca apenas insinúa lo que ocurre dentro: una antigua tenería convertida en refugio minimalista, donde la arquitectura colonial dialoga con arte contemporáneo y el silencio forma parte del diseño. Aquí no se viene a posar. Se viene a bajar el ritmo.
Habitación 308: cápsula de calma

Detalles de una Luxury Suite en Casa 1810 Parque
El baño: impecable. La presión del agua: precisa. La iluminación: cálida, sin caer en catálogo de hotel romántico. Y eso se agradece. Aquí se duerme con gusto y se despierta con intención. El personal tiene esa rara virtud de estar sin invadir. Uno siente que el lugar simplemente fluye.
Tené, Dulce y Sushi: tres maneras de comer bien
La propuesta culinaria de Casa 1810 Parque se articula en tres espacios complementarios:
— Tené Kitchen & Bar, la cocina principal en planta baja.
— Dulce 1810, cafetería-panadería con espíritu europeo.
— Y el rooftop sushi bar, que ofrece técnica japonesa, producto trazable y vista privilegiada.

En Tené, la cocina no reinventa la tradición: la ejecuta con intención, técnica y sabor. Probé una de las mejores slider burgers que haya comido en México: carne jugosa, pan artesanal, proporción precisa. Luego, una costilla de cocción lenta tan suave que se deshacía con cuchara, servida con puré y un fondo que sabía a paciencia. El guacamole, lejos del ácido habitual, apostaba por una profundidad herbal, coronado con pork belly dorado. No es una entrada: es un manifiesto.
También llegó un camarón perfectamente cocido. Aquí, la recomendación es clara: hay que comerlo con todo lo que lo acompaña. Cada elemento suma. Nada está de más.
El sushi bar del rooftop no es un capricho con buena vista. Es una apuesta seria. Una vez al mes realizan un ronqueo de atún Bluefina, trazable y fresco, sin marketing inflado. Tuve la suerte de que me prepararan un chirashi fuera de carta, con chutoro, otoro y lomo impecables. Un gesto que solo ocurre en conceptos boutique, donde el detalle importa más que el protocolo. Y el sashimi de kamatoro, corte grueso y directo, podría defenderse en cualquier omakase japonés o ciudad Michelin del mundo. Así, sin comillas ni adornos: nivel internacional.
También destacan sus nigiri de especialidad, donde cada pieza se trabaja con precisión y respeto por el producto. La Totoaba, el pescado más exclusivo del continente americano, aparece en una versión minimalista que deja hablar al ingrediente. La selección no se queda atrás: Hamachi, Salmón y Atún Bluefina completan una barra que no pretende ser japonesa… pero que ejecuta como si lo fuera.
La carta general —desde Rib eye con puré de papa rústico hasta la barbacoa de brisket— es versátil sin perder coherencia.
Y el brunch en la terraza merece capítulo aparte: pan recién horneado y una vista que convierte cualquier domingo en ritual.
Dulce 1810: pan, pausa y pasto
Más que cafetería, Dulce 1810 es un rincón pensado para quienes creen que un buen croissant de frutos rojos puede salvar un mal día.
Aquí el ritmo baja, el café Lavazza se sirve con calma y el pan honra la tradición europea sin pretensiones.

La concha rellena —sí, rellena— merece mención aparte: es de esos hallazgos que uno no espera en un hotel boutique, y que por eso mismo se celebran. Todo por menos de 150 pesos. ¿Cuántos hoteles boutique pueden presumir eso?
Cocina con propósito, no con pose
Detrás de la coherencia culinaria de Casa 1810 Parque está el trabajo silencioso pero contundente del chef Erick Martínez, quien ha logrado articular tres espacios distintos —Tené, Dulce 1810 y el rooftop sushi bar— bajo una misma lógica: técnica, producto y claridad de concepto. Su cocina no grita ni se disfraza de tendencia; ejecuta con precisión, equilibra con criterio y construye sabor desde la intención. En un destino saturado de lugares “bonitos pero vacíos”, Martínez está haciendo algo poco común: cocinar con propósito.
Ni selfie, ni desfile: respiro
Casa 1810 Parque no compite con el barroquismo escenográfico del Rosewood ni con el statement artístico de Matilda.
Juega otra liga: la de la calma diseñada, la cocina que evoca sin empalagar y un servicio que no se nota porque simplemente fluye.
Sí, vale la pena. Especialmente si lo que buscas no es un hotel… sino un paréntesis.
El tipo de lugar al que uno regresa cuando San Miguel ya no necesita deslumbrarte.