Una mesa con memoria
No todos los lugares saben envejecer. Algunos lo intentan y terminan volviéndose museos; otros se oxidan de tanto intentar modernizarse. Y luego están esos que, sin buscarlo, encuentran el equilibrio: entre la nostalgia y la continuidad, entre el linaje y la cuchara. El Sella es uno de ellos.
Ayer fui a conocer su sucursal en Polanco. Llegué acompañado de Archie, rostro amable del estado del clima en Televisa y ahora socio del restaurante, y Alejandro Del Valle, hijo del fundador y actual custodio del fuego. Uno lleva la conversación ligera; el otro, la memoria culinaria de una familia que convirtió una tortilla de patatas en un símbolo.

No fue una comida rápida. Fue un ejercicio de pertenencia, de esos que sólo pueden darse cuando los platos no llegan para alimentar, sino para narrar.
De jamones, gulas y recuerdos en tinta
La mesa abrió con dos jamones: uno serrano, bien presentado en tapas sobre pan con tomate y un alioli que cumplía con rigor decoroso; y otro, un jabugo, que no se comía: se dejaba caer en el paladar como se deja caer la tarde en el Cantábrico. Sin resistencia.
Luego llegaron las gulas con gambas, versión de tapeo que todavía permite intuir aquel lujo que alguna vez fueron las angulas, cuando no costaban lo mismo que ciertas sustancias perseguidas por la ley. Ahí estaban: suaves, con el ajo justo y el aceite generoso. La nostalgia también tiene sabor.

La tortilla de patatas con tinta de sepia, platillo que podría haberse vuelto moda en manos equivocadas, aquí conserva la suavidad de lo clásico y el guiño marinero sin estridencias. Punto perfecto, sin miedo al centro meloso.
Alejandro, en gesto de hospitalidad casi teatral, preparó un jugo de carne improvisado con un chisguete de Jerez Don Pepe, cebolla, cilantro y salsas oscuras. Un trago de cocina espontánea, de esa que no aparece en carta pero que marca la diferencia entre servir y agasajar.
Cabrito norteño en casa asturiana
Después vino el desfile fuerte: un cabrito que —lo digo sin temblor de mano— podría competir (y hasta ganar) contra varios asaderos de Nuevo León. Cocción precisa, piel dorada sin resecar, carne jugosa y sabor profundo. En paralelo, un chamorro de buena factura: tradicional, sin adornos innecesarios.

Aquí no hay platos que griten «fusión», ni ingredientes de laboratorio. Hay técnica, producto, y oficio. Hay, sobre todo, una certeza: lo que se sirve viene de años de repetición inteligente, no de experimentos pasajeros.
Cerramos con leche frita —tierna, cálida, con esa textura que reconcilia al paladar con el postre— y un buen orujo, digestivo que cumple doble función: calmar el estómago y provocar la conversación.
Tres generaciones, una tortilla
El Sella nació hace más de 75 años en la Ciudad de México. Fundado como un rincón asturiano por inmigrantes españoles, se convirtió en referencia de cocina del norte peninsular mucho antes de que las tapas se volvieran moda en esta ciudad. Pero fue el padre de Alejandro quien consolidó la propuesta, elevando la tortilla de patatas como primer platillo formal del menú y construyendo una identidad alrededor de los sabores de la infancia.
Alejandro comenzó lavando platos en otro restaurante a los 10 años, a cambio de unas monedas que convertía en dulces y baratijas, esos tesoros pequeños que de niño se atesoran como si fueran oro. A los 17 ya estaba trabajando junto a su padre en la sucursal de la Doctores. Hoy, décadas después, sus dos hijos trabajan con él, como si la cocina fuera también una forma de lenguaje heredado.

En 2019, justo después de invertir fuerte en una renovación profunda del local, les azotó la pandemia. No vendían, pero tampoco despidieron a nadie. Sostuvieron el proyecto con la terquedad que solo tienen quienes lo sienten parte del ADN familiar. Cuando otros bajaban cortinas o se rendían al delivery, ellos resistieron.
El vuelo de Archie y la fidelidad bien ganada
Archie no llegó al restaurante por tradición familiar, sino por destino compartido. Fue su asesor de vuelo en Aeroméxico quien lo trajo la primera vez, cuando apenas comenzaba su carrera como piloto. Desde entonces, no ha dejado de volver. No como quien repite un lugar: como quien encuentra uno propio. Y con el tiempo, el vínculo creció hasta convertirlo en socio.
Hay gestos que resumen décadas: ver a Archie explicar a su hijo —también piloto— por qué ese cabrito sabe diferente, o cómo ese jamón no se improvisa. En esa escena mínima, silenciosa, había algo profundamente conmovedor: no se trataba solo de compartir la comida, sino de transferir la memoria. Eso que no se subraya en el menú, pero se saborea entre líneas.
Lo que resiste, permanece
El Sella no es solo un restaurante de cocina asturiana, ni un punto más en la geografía del tapeo capitalino. Es un sitio donde se sigue practicando el rito de comer con sentido. Donde los sabores están anclados en la biografía, no en las tendencias.
En una ciudad donde cada semana abre un restaurante con nombres en inglés, vajilla minimalista y menú con más narrativa que sazón, la existencia de lugares como El Sella se vuelve casi subversiva. No necesitan storytelling: tienen historia. No buscan inventar el hilo negro: se dedican a no romperlo.
El mérito de Alejandro no es haber reinventado El Sella, sino haberlo hecho crecer sin traicionarlo. Haber mantenido esa línea invisible que conecta al comensal de hace medio siglo con el que se sienta hoy, con la cámara en mano pero el corazón dispuesto.
Y a veces, eso basta para decir que un restaurante vale la pena.
📌 El Sella Polanco — Ficha del antojo
¿Qué probé?
- Jamón serrano y jabugo con pan tostado
- Gulas con gambas
- Tortilla de patatas con tinta de sepia
- Cabrito asado
- Chamorro tradicional
- Leche frita y orujo
Lo que más me gustó:
🥇 El cabrito: competencia seria para cualquier asadero norteño
🥈 La tortilla con tinta de sepia: clásica con guiño marinero perfecto
🥉 El jugo de carne improvisado: hospitalidad que no aparece en carta
Lo que debes saber:
✔️ Más de 75 años de tradición asturiana en México
✔️ Tres generaciones de la familia Del Valle al frente
✔️ Resistieron la pandemia sin despedir personal
✔️ Archie, socio y piloto, representa la fidelidad de décadas
Ambiente: Cálido, familiar, sin pretensiones. Lugar donde la comida cuenta historias.
Precio promedio por persona: 💵 $600-800 MXN
Ubicación: 📍 Torcuato Tasso #315, Polanco, Miguel Hidalgo, CDMX | tel: 5517418133
Ideal para:
🍷 Comidas largas con conversación
👨👩👧👦 Encuentros familiares de varias generaciones
🎯 Quien busque sabores auténticos sin espectáculo