Fideo Gordo, la casa del fideo nikkei en la Roma que desafía etiquetas

Fideo Gordo reinterpreta la cocina nikkei con fideos caseros, memoria familiar y sabor rebelde en el corazón de la Roma Norte, CDMX.

Un espacio que grita: esto no es fusión, es identidad

En un local de concreto pulido, con acentos cromáticos audaces que rompen cualquier expectativa, Fideo Gordo se presenta como un espacio donde el pasado familiar, la identidad nikkei y la cultura panasiática se entrelazan con sabor, memoria y rebeldía. No es un restaurante de fideos. Es una declaración.

Edo Nakatani, chef y creador de Fideo gordo | Foto: Miguel Salamanca

La historia de Fideo Gordo empieza mucho antes de que su chef, Edo Nakatani, pensara en abrir un restaurante. Empieza con una envoltura de cacahuate japonés con el nombre de su abuela, Emma Ávila, impreso con tinta deslavada. Empieza con la decisión de su abuelo de quedarse en México tras llegar en barco en 1932, con la firme idea de que «ya somos de aquí». Y sigue con el sonido de un violín en la azotea: el instrumento con el que ese mismo abuelo le dio serenata a la vecina mexicana que después sería su esposa. Esa historia, y muchas otras, se cuecen en los caldos, se amasan en los fideos y se revelan en cada platillo que sirve Edo.

El espacio está pensado para incomodar a quienes esperan decoraciones sobrias y conceptos prefabricados. Aquí hay viniles en las paredes, cuadros que aluden a Asia pero con una curaduría visual que grita: esto es distinto. Y lo es. No hay intención de replicar la tradición japonesa de forma ortodoxa. Hay, en cambio, un deseo claro de resignificarla desde México, desde una cocina que entiende que la migración no es fusión sino tránsito, adaptación y creatividad.

El cocinero que sirve relatos, no recetas

Edo se define como cocinero de historias, no de recetas. Su voz no se imposta ni se escuda en tecnicismos. Habla de su familia, de su abuela que cocinaba bacalao y alcachofas rellenas, de la tía que traía sabores cubanos, y de la mesa familiar donde convivía el arroz al vapor con el pan dulce y los guisos improvisados. Esa mezcla, lejos de ser «fusión», es identidad.

Brochetas de papada de cerdo | Foto: Miguel Salamanca

Lo nikkei en Fideo Gordo no es una etiqueta comercial. Es una vivencia encarnada en cada elemento del menú. La papada de cerdo glaseada con una salsa que cruza sambal y salsa macha. El pollo empanizado con chicharrón en vez de panko. El crudo con jurel, menta, shiso, eneldo y bolitas japonesas. El ceviche servido sobre chicharrón de cerdo con una salsa que recuerda al yuzukosho, pero con acento tropical. Y, por supuesto, los fideos: hechos en casa, de corte kishimen, cocidos en caldos densos que llevan vinagre negro, soya, semillas, chiles secos, hierbas y una generosa cucharada de memoria.

Una de las historias más poderosas que surgen durante la visita es la del restaurante que tenía su familia en Japón antes de migrar: Udon Chukasoba Donburi Nakatani. La foto está colgada en el local. El nombre está en kanji. El legado, en el plato.

Cocina que desafía al comensal cómodo

Pero Fideo Gordo no es nostalgia. Es actualidad. Es crítica. Es una declaración contra el purismo culinario y contra el comensal que cree que sabe más que el cocinero porque tiene acceso a Google. Aquí se sirve el pollo frío para que el chicharrón no pierda textura, aunque eso signifique recibir una estrella menos en Google Maps por “pollo frío”. Aquí se explica, se discute y se cocina con convicción.

Short rib con fideo gordo | Foto: Miguel Salamanca

La carta está viva, cambia, se adapta. Igual que el pensamiento del chef. La cocina se concibe como un espacio de diálogo y de exploración. Edo no busca complacer: busca contar. Por eso mismo, su comida tiene algo de resistencia. Resistencia a las etiquetas, a las reglas sin contexto, a los platos de moda que se olvidan rápido. Y también resistencia a dejar morir la historia familiar que empezó con cacahuates, siguió con salsas umami exportadas a Nueva York, y hoy se cocina en esta esquina de la ciudad.

No es casual que uno de sus platillos recuerde al pulparindo para adultos, o que otro evoque la comida de una abuela pakistaní. Fideo Gordo está hecho para provocar memoria. Para hablarle al paladar, pero también a la historia.

Crudo con camarón y callo de hacha | Foto: Miguel Salamanca

Lo que dice el cuadernillo: evaluación y resonancia

Durante la visita, mientras aplicaba el cuadernillo de evaluación gastrocultural con la libreta abierta sobre la mesa y el paladar en alerta, Fideo Gordo empezó a revelarse no solo como un lugar para comer, sino como un espacio para observar cómo cada decisión —del orden de los platillos al volumen de la música— cuenta una historia precisa y viva. La evaluación arrojó comentarios positivos en casi todos los bloques: una recepción amable aunque desinformada, un ambiente cuidado y bien curado, platillos memorables como el crudo de callo con camarón o las brochetas de papada de cerdo, y una construcción narrativa clara en el servicio. Las notas señalan también que los niveles de picante podrían ajustarse para públicos menos tolerantes. El helado de piloncillo con ajonjolí fue calificado como «una cosa de otro mundo», mientras que el postre tipo Carlota pasó más desapercibido. El precio ($2500 para cuatro personas) se percibió justo. La experiencia fue calificada como recomendable para quien busque una propuesta panasiática arriesgada y con historia.

Helado de piloncillo con crema de ajonjolí | Foto: Miguel Salamanca

Y cuando uno termina de comer, no queda solo el sabor. Queda el eco de un caldo denso, la textura del chicharrón aún crujiente, el recuerdo picante de una papada glaseada que se deshace apenas toca la lengua. Queda esa sensación difícil de nombrar, pero fácil de reconocer: algo se movió. Algo resonó. Algo se quedó contigo.

Eso, en el fondo, es lo que hace grande a un fideo.

Ficha de Antojo
✨ Imperdible: Costilla de res con soya – vinagre negro
🍽️ Promedio por persona: $650
📍 Salamanca 87, Roma Norte, CDMX
📍 IG: @fideogordo.mx