En una ciudad donde el ruido importa más que la sustancia, Galea hace lo contrario: cocina en voz baja, pero con fondo. Aquí no hay platos diseñados para la cámara. Hay ideas que se comen.
Rafa Zaga —chef al frente— no se escuda en discursos. Se sienta a la mesa, platica sin disfraz, y luego vuelve a la cocina. A trabajar. A cocinar. A dirigir con criterio. A veces él mismo presenta los platos. Y a veces —como en nuestro caso— te dice, simplemente: “la pasta se come con cuchara”. Y uno, frente a esa certeza, no discute. Obedece. Y agradece.

El primer acto es sutil, pero contundente: focaccia con aceite manzanilla siciliano. Puede sonar simple, pero dice mucho. Pan esponjoso, costra bien cuidada, aceite fresco. Si un restaurante se toma en serio el pan de mesa, puedes confiar en lo que viene.
Luego llega la stracciatella in carroza, elaborada con leche de búfala de Alta Saona (Veracruz). Pan brioche, anchoa, jitomate deshidratado, flor de saúco. Todo ensamblado con inteligencia. No hay dulzores innecesarios ni exceso de grasa: hay estructura, textura y fondo.
El milhojas de camote —con pecorino romano y gremolata de pepita— juega con capas: dulzor vegetal, raspón salino y frescura herbal. Es un plato que seduce con ideas, no con azúcar. Como debe ser.
De los principales, dos platillos hablan fuerte y claro. El primero, el garganelli con ragú de hongos, nuez de la India y ricotta salata: terroso, profundo, cálido. Sabe a otoño, a lectura lenta, a cocina que piensa más en capas que en pirotecnia. Nada sobra. Nada pretende.

El segundo: la silla de cordero. Montaje sobrio. Cocción con intención. Gnoccho alla romana como base. Jitomate y olivas al fondo. Un plato que no necesita nombres barrocos para dejar huella. No te busca agradar: te busca retar. Y lo logra.
Pero quizá lo más valioso de Galea no está en los platos, sino en el modo de operar. Cada persona del equipo ha vivido la experiencia como comensal. Han escrito su reseña interna. Esa pedagogía se nota: el servicio sugiere sin forzar, acompaña sin hostigar, escucha sin disfraz.
Y entonces llega Michelle Catarata. Ella no “firma” postres: los construye. Los presenta con una calma que desarma. Probamos tres:

- Gelato de aceite de oliva con sal (fino, untuoso, salino)
- Sorbete de sandía con jengibre y chile (agridulce, refrescante, vibrante)
- Helado de zanahoria con nuez, inspirado en el pastel de su casa (estructurado, preciso, emotivo)
No hay azúcar mental. No hay postres de aplauso fácil. Hay cocina dulce con cabeza.
Galea no quiere ser famoso. No quiere viralidad. No busca la estrella: la tiene, sin necesidad de colgarla. Bib Gourmand de Michelin. Sí. Pero lo importante no está ahí.
Aquí el pan importa. La leche se cuida. El servicio se forma. La cocina se piensa. El resultado no grita. Pero permanece.
📌 Ficha del Antojo
Probé:
- Focaccia con aceite manzanilla siciliano
- Stracciatella in carroza (búfala Alta Saona, brioche, jitomate, flor de saúco, anchoa)
- Milhojas de camote (pecorino, gremolata de pepita)
- Garganelli con ragú de hongos, ricotta salata y nuez de la India
- Silla de cordero (gnoccho alla romana, jitomate, olivas)
- Gelato de aceite de oliva con sal
- Sorbete de sandía con jengibre y chile
- Helado de zanahoria con nuez
Lo que más me gustó:
🥇 La silla de cordero
🥈 El garganelli
🥉 La cultura interna de servicio
Precio por persona:
💵 $700–800 MXN
Ubicación:
📍 Sinaloa 67, Roma Norte, CDMX
Ideal para:
🧾 Comer con criterio
🍽️ Entender que la cocina puede ser compleja sin espectáculo
🧠 Recordar que la técnica no siempre necesita etiquetas
