Crónica desde el Mercado de Medellín

Moloch cochinita chingona | ★★★ | $ | Campeche 101 Local 203-204, Roma Nte, CDMX | +525559662877
Por: Yoab Samaniego | 7 julio 2025
En una ciudad donde la cochinita se sirve en pan brioche y se adorna con flores comestibles, encontrar una que no especule con su identidad es más raro de lo que parece.
Moloch Cochinita Chingona, en el Mercado de Medellín, no reinterpreta ni reinventa: hace cochinita. Punto. Instalado en los locales 203 y 204, su barra no tiene pretensiones. Tampoco storytelling reciclado. Lo que ves es lo que hay: vapor, salsa que arde y carne que huele como debe. No es nostalgia; es ejecución.
Territorio de mercado
El Mercado de Medellín es un ecosistema raro en la Roma Norte. Mientras afuera las calles se llenan de terrazas con nombres en inglés y menús traducidos para el turismo, adentro el ritual sigue siendo el mismo de siempre: se llega, se come, se paga, se va. Sin ceremonias.
Los pasillos huelen a cilantro fresco, cebolla frita y ese vapor que despiden las ollas cuando no han dejado de hervir en horas. Entre puestos de verduras y carnicerías que cortan al momento, Moloch ocupa su espacio sin pedir permiso. No compete con la estética millennial de los alrededores. Compite con sabor.

Y esa resistencia —porque de eso se trata— no es accidental. Es una declaración de principios: aquí no se cocina para Instagram, se cocina para quien tiene hambre.
El taco sin filtro
Pedí lo esencial: taco de cochinita y una torta de cochinita. Pero antes de que llegara la orden, observé el proceso. Aquí no hay performance ni gestos calculados para la cámara. La carne se deshebra con dos tenedores, se sirve caliente, se monta sin geometrías.
El taco llegó con tortilla suave, carne jugosa, cebolla morada encurtida y salsa de habanero que no está ahí por decoración. El primer bocado confirma lo que se intuía: esto no es una versión cool de cochinita pibil. Es cochinita pibil. Sin adjetivos.
El sabor no es complaciente: tiene carácter, equilibrio, intención. El achiote se siente, pero no abruma. La acidez está bien calibrada. Y sobre todo, la cocción respeta al guiso sin ablandarlo en exceso ni secarlo por ansiedad de montaje.
La carne conserva fibra, personalidad, ese dejo ahumado que se logra cuando se entiende el tiempo de cocción. No es la cochinita uniforme y pastosa que muchos lugares sirven por comodidad. Esta tiene textura, resistencia justa, jugos que se escapan cuando muerdes.
La cebolla encurtida cumple su función: corta la grasa, refresca el paladar, prepara el terreno para el siguiente bocado. Y la salsa de habanero… esa sí pica. Pica como debe picar: sin avisar, sin perdonar, sin darle tregua al chile que no está acostumbrado.
La torta que no miente
La torta, en cambio, es brutal. En el mejor sentido. Si la comes de pie, necesitas dos servilletas. Si la comes sentado, necesitas pausa. Pan suave por fuera, crujiente donde toca la plancha, y relleno que no pide permiso para desbordar.
Aquí la torta no es una concesión al marketing. Es lógica pura: su miga aguanta la humedad, su corteza mantiene la estructura, su tamaño es el correcto para la cantidad de carne que se sirve. No es gourmetización: es funcionalidad.
Cada mordida es un ejercicio de equilibrio. El pan cede sin romperse, la carne se distribuye parejamente, los jugos se filtran sin empapar. Y cuando la salsa entra en juego, el picor se expande por el paladar como una advertencia: esto no es comida de consolación, es comida con carácter.
Comer entre lo cotidiano
El Mercado de Medellín tiene su propio código: mezcla de vecinos, proveedores, curiosos y comensales que saben lo que buscan. Aquí no hay host que te guíe a la mesa ni cartas en QR. Hay salsa servida en vasos de vidrio y tacos entregados por encima de la barra. Y funciona.

Mientras como, observo el ritmo del lugar. Los empleados de oficinas que vienen por su ración diaria. Las señoras que compran verduras y aprovechan para almorzar. Los repartidores que se dan una pausa entre entregas. Todos comparten el mismo ritual: llegar, pedir, comer en pie o en las pocas mesas disponibles, limpiar los dedos con servilletas de papel.
No hay pretensiones, pero tampoco hay descuido. La barra está limpia, las tortillas llegan calientes, el servicio es directo pero eficiente. Es esa economía de gestos que solo se logra cuando se entiende perfectamente lo que se hace.
En Moloch se come rápido, pero no se olvida. Porque no compite por atención. Solo cocina bien. Y eso, cuando se hace sin disfraz, se queda en la memoria.
Lo chingón no se explica
Moloch tiene presencia en TikTok, en Instagram, en reels que muestran la carne goteando y las manos montando tacos con ritmo. Pero lo interesante no es que estén en redes. Es que lo que muestran sí corresponde a lo que sirven.
No hay montaje de más, ni promesas infladas. El sabor respalda la imagen. Y eso ya es mucho decir en tiempos de restaurantes que venden experiencia sin fondo.
Sus videos no tienen filtros dramáticos ni música épica. Muestran manos trabajando, carne humeando, salsa cayendo sobre tortillas. La honestidad visual es refrescante: no intentan vender una fantasía, documentan una realidad.

Y esa coherencia entre lo digital y lo físico habla de algo más profundo: de un lugar que entiende sus límites y sus fortalezas. Que no pretende ser lo que no es, pero que ejecuta impecablemente lo que sí sabe hacer.
El sabor de la autenticidad
En una ciudad obsesionada con reinventar todo, encontrar un lugar que simplemente perfecciona lo que ya existe es un alivio. Moloch no busca revolucionar la cochinita pibil. Busca hacerla bien. Sin concesiones, sin atajos, sin trucos que disfracen la falta de técnica.
Esa honestidad es su mayor fortaleza. En cada taco hay una declaración de principios: aquí se cocina para alimentar, no para impresionar. Se respeta el producto, se domina la técnica, se sirve sin espectáculo.
Y quizá por eso funciona tan bien en el contexto del mercado. Porque los mercados son territorios de verdades culinarias, espacios donde el sabor no puede esconderse detrás de la estética. Donde la comida se juzga por lo que es, no por cómo se ve.
¿Volvería?
Sí. Pero más que volver, se trata de saber que existen lugares que no se camuflan. Lugares que no intentan parecer algo más. Que no necesitan filtros, reinterpretaciones ni adjetivos prestados.
Moloch hace cochinita como si no fuera necesario explicarla. Porque no lo es.
En una época donde cada plato viene con su propio manifiesto, donde cada restaurante necesita una narrativa de origen, donde cada bocado debe justificar su existencia a través de conceptos, Moloch ofrece algo mucho más valioso: simplicidad ejecutada con maestría.
Y eso, en el fondo, es lo más revolucionario de todo.
Ficha de antojo
- ★★★ – Buen nivel con errores menores
- Lugar: Moloch Cochinita Chingona
- Dónde: Mercado de Medellín, Locales 203 y 204, Roma Norte
- Qué pedir: Taco de cochinita, torta con salsa doble
- Precio promedio: $150 a 200 por persona
- Horarios: Lunes a domingo, 9:00 a 18:00 hrs
- Pro-tip: Pide servilletas dobles y no temas al habanero. La salsa pica en serio.
- Instagram: @moloch.cochinita.pibil
- Ambiente: Casual de mercado, ideal para comida rápida pero memorable
- Estacionamiento: Complicado en la zona, pero se encuentra lugar