El primer bocado lo cambia todo
La morcilla llegó primero. Aún humeante. Una entrada discreta para lo que, sin aviso, se volvería centro de gravedad del almuerzo.
Cremosa, especiada, sin la textura grumosa que arruina tantas otras. Es el tipo de bocado que te hace cerrar los ojos y dejar de hablar. Así arranca Quebracho: con una declaración sin palabras, servida en forma de morcilla.

En una ciudad donde la carne se ha convertido en pretexto para fuegos artificiales y cortes disfrazados de lujo, Quebracho recuerda algo esencial: la carne no necesita ser explicada si está bien hecha.
Ubicado en la calle de Río Lerma, Quebracho es una parrilla argentina que no finge ser boutique ni pretende disfrazarse de experiencia. Aquí se viene a comer carne, a saborear el fuego, y a entender por qué hay preparaciones que no requieren reinterpretación, sino respeto.
Técnicas que saben a memoria
El provolone Quebracho no llega disfrazado de novedad. Llega crepitando. Lleva anchoas y pimientos como quien no necesita justificarse: sal, grasa y fuego directo. Aquí no se gratina. Se doma. En otros lugares, lo sirven tibio, gomoso, sin carácter. Aquí, la costra habla primero. La corteza dorada cruje apenas al romperla, y el centro —elástico y fundente— se estira como una promesa cumplida. No es el típico queso a la plancha. Es una lección de memoria importada: en esta ciudad, nadie más lo sirve así.

De los cortes, probé dos: entraña USDA Prime y el bife ancho (Rib Eye) importado de Argentina. Y aquí viene una clase silenciosa sobre origen, crianza y sabor. La carne argentina tiene una acidez natural, resultado del pastoreo libre. Las fibras son más marcadas, sin llegar a ser fibrosas. Requieren más masticación, pero devuelven más sabor. La americana, alimentada con pellets y menos movimiento, es más dulce, más tierna, pero también más predecible. Ambas fueron cocinadas con técnica impecable.
La ensalada de berros es simple, pero precisa: frescura, equilibrio, y un fondo de sal proveniente del tocino que la convierte en algo más que una guarnición.

De postre, bombones de Patagonia. Frambuesas cubiertas de chocolate amargo. Dulzor justo, cierre limpio. El tipo de final que no pelea con la carne, sino que la recuerda.
Carne bien servida, sin necesidad de traducción
En Quebracho no hay discursos. Hay brasas que hablan en voz baja, cortes que no necesitan presentación y sabores que, sin aspavientos, se quedan a vivir en la memoria. platos bien servidos, y una relación precio-calidad que deja sin argumentos a muchos lugares que cobran el doble por la mitad del sabor.
Quebracho no compite con el lujo. Le basta con servir bien lo que otros olvidaron hacer con respeto.
Ficha de Antojo
🌟 Imperdible: la morcilla y el provolone Quebracho
💸 Precio promedio por persona: $650 a $850
📍 Río Lerma, CDMX
📱 IG: @quebrachomx