Sabor es Polanco: ¿gastronomía o privilegio disfrazado?

Sabor es Polanco se anuncia como el festival gastronómico más importante de América Latina. Promete tradición, diversidad y experiencias gourmet en dosis ilimitadas. Pero detrás del marketing y las cifras abrumadoras, el evento deja un sabor más ambiguo: el de una celebración del acceso antes que de la cocina. Este artículo cuestiona si lo que ahí se festeja es realmente la riqueza gastronómica de México o el derecho exclusivo a consumirla desde el privilegio.

En México, comer bien debería ser un derecho. Pero en Sabor es Polanco, es un privilegio con precio de entrada. Hasta $6,400 pesos cuesta participar de esta tierra prometida de bocados mínimos, filas eternas y selfies con foie gras. ¿Sabores auténticos? Tal vez. ¿Experiencia gastronómica? Depende de cuánto estés dispuesto a pagar por pertenecer.

Porque esa es la verdadera receta de este evento: una cucharada de gastronomía, una pizca de tradición… y litros de aspiracionalidad. Lo que comenzó como una vitrina para restaurantes de Polanco, hoy funciona como un showroom culinario donde el plato importa menos que el acceso.

El espejismo de lo “todo incluido”
La entrada general cuesta lo mismo que una comida completa en muchos de los restaurantes participantes. Pero aquí, en lugar de mantel y sobremesa, hay multitudes, ruido y plástico. El discurso es “todo incluido”, pero lo que no se dice es que lo incluido no alcanza. No por escasez, sino por saturación.

Más de 70 restaurantes, 220 expositores, 350 platillos. Nadie —ni el más disciplinado tragón— puede cubrirlo todo. Y ese “todo” se vuelve, curiosamente, parte de la frustración: se paga por abundancia, pero se obtiene ansiedad. Lo dijo su propio director: “Es imposible probar todo”. Y aun así, lo venden como si pudieras.

La segmentación dentro del lujo
Sabor es Polanco vende una sensación: la de haber estado ahí. No importa si comiste bien, si entendiste lo que probaste, si conectaste con una historia. Lo que importa es que entraste. Que tienes la pulsera. Que grabaste el momento.

Y como en todo sistema aspiracional, hay jerarquías. Existe una zona Premium —$3,000 adicionales— que promete un nivel “superior” de experiencia. Menos fila, más exclusividad. ¿Es esto un festival gastronómico o un desfile de clases sociales con canapés?

Por $3,000.00 pesos mexicanos más puedes pertener a la «élite» que tiene experiencias mejoradas

La apropiación del sabor

Yucatán fue el estado invitado en 2025. Su cocina milenaria, compleja, comunitaria y profundamente ritual, quedó encajonada en versiones miniatura y descontextualizadas. La intención pudo haber sido homenajear; el resultado, sin embargo, coquetea con la folklorización. El riesgo no es solo simplificar: es convertir lo regional en escenografía comestible para el consumo citadino.

¿Celebramos la diversidad culinaria o usamos su exotismo para justificar un boleto de lujo?

Lo que no se cuenta

Lo más grave no es lo que se come, sino lo que no se dice. En Sabor es Polanco se puede probar mucho, pero se entiende poco. No hay espacio para la historia del platillo, para la voz del productor, para la memoria que da sentido a la técnica. Todo es inmediatez. Una especie de Instagram en vivo: brillante, vertiginoso y olvidable.

Conclusión: Una gastronomía que piense más allá del acceso

Sabor es Polanco funciona. Vende, convoca, posiciona. Pero también normaliza una idea de la cocina como espectáculo reservado. Si queremos una cultura gastronómica fuerte, necesitamos espacios menos estéticos y más críticos. Menos filtros, más memoria. Menos privilegio, más conexión.

Porque comer bien no debería depender de cuánto puedes pagar. Y si el único camino hacia la alta cocina es vía una pulsera que te deje entrar al jardín correcto, entonces no estamos hablando de gastronomía. Estamos hablando de exclusión con sabor premium.